Planteamiento del problema
Con el pasar del tiempo, la preocupación por el mejoramiento en los procesos de lectura y escritura ha incrementado notoriamente en el quehacer educativo, dado que éstos han sido considerados procesos fundamentales en la adquisición y construcción de cualquier tipo de conocimiento. Esta preocupación se ha visto reflejada en la enseñanza de los diferentes géneros literarios (dramático, lírico y narrativo) entre los cuales se le concede mayor atención al narrativo, dado que el dar cuenta de los hechos que se presentan en su existencia es una necesidad del ser humano.
En este sentido cabe resaltar la importancia de la crónica y su presencia en el aula de clases, pues este texto híbrido presenta diversos rasgos de los demás géneros, por lo cual hay que destacar que brinda total libertad al autor para que él muestre su visión del mundo con su propio estilo. No obstante, hay que señalar que, aunque este tipo de texto brinda diversas posibilidades, existen ciertos parámetros que deben tenerse en cuenta a la hora de elaborar una buena crónica.
Cuando va a escribir una crónica el estudiante puede desviarse del propósito verdadero de ésta, ya que puede apegarse rigurosamente a los acontecimientos reales, dejando que su voz sea opacada por la situación descrita, o, por el contrario, puede dejar volar tanto su imaginación que olvide dar cuenta de los hechos ocurridos.
De acuerdo con lo anterior, en este taller se pretende identificar algunas de las dificultades que tienen los estudiantes en la producción de crónicas, con el fin de ayudarles a fortalecer sus conocimientos al respecto, específicamente en lo concerniente a las características propias de este tipo de texto:
Su extensión puede variar, ya que depende del enfoque que le dé el escritor y de la cantidad de hechos a los que recurra para poder llevarla a feliz término. Sus fuentes, por lo general, son directas; es decir, recurre a las personas o entidades que presenciaron los hechos, pero, y por encima de todo, a sus protagonistas (Véase: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/ayudadetareas/periodismo/per36.htm)
Marco teórico
Cuando se habla de la enseñanza de la lengua se tiende a pensar que ésta se limita exclusivamente a un ejercicio mecánico, cuyo único objetivo es la transmisión de una gran cantidad de principios normativos que los estudiantes deben aprehender a través de un arduo proceso de memorización. No obstante, la realidad de esta labor es mucho más compleja, dado que el maestro, para llevar a feliz término el proceso de enseñanza, debe estar abierto a las necesidades e intereses de sus alumnos; de esta manera, cabe resaltar que es fundamental que su discurso sea “un instrumento para la construcción del conocimiento y no un reducto de informaciones elaboradas e incuestionables” (Gómez Moreno, 2005, p. 53).
De ninguna manera el proceso de enseñanza-aprendizaje debe enmarcarse en un ámbito dictatorial, donde docente y estudiante asuman el papel de emisor y receptor respectivamente; resulta indispensable que el alumno desempeñe un rol activo en su propio aprendizaje, lo cual sólo se da en la medida en que el docente propicie espacios en los que el aprendiz pueda expresar sus opiniones, reafirmar sus conocimientos y, a partir de ello, asumir una posición autónoma en su formación académica.
En este sentido hay que señalar que los procesos de lectura y escritura revisten gran importancia, puesto que es a través de ellos que el alumno logra acercarse al conocimiento; de ello depende el buen desarrollo de sus estructuras cognitivas y, por ende, su rendimiento en todas las áreas del saber. Desafortunadamente, en la mayoría de los casos el docente no hace conscientes a sus alumnos de la relevancia de estos procesos, motivo por el cual ellos no entienden que “escribir es una forma de usar el lenguaje que, a su vez, es una forma de realizar acciones para conseguir objetivos” (Cassany, 1999, p. 25).
Si el estudiante entendiera que a través de la escritura puede sentar su postura con respecto a determinado asunto, realizar alguna solicitud, expresar sus emociones, sus creencias y, en general, su manera de pensar, vería en ésta un recurso valiosísimo y haría de su aprendizaje de la misma un ejercicio mucho más significativo. Asimismo, a la hora de producir un texto, el alumno estaría en la capacidad de “elegir para cada contexto la variedad y el registro más idóneo entre el amplio repertorio que se nos ofrece” (Cassany, 1999, p. 36); habilidad indispensable cuando hablamos del aprendizaje de la escritura.
Por ello es indispensable que el maestro tenga presente que “cada idea argumentada debe persuadir a través del convencimiento y no de la imposición” (Gómez Moreno, 2005, p. 55), con lo cual su enseñanza de la escritura debe evitar convertirse una obligación o una carga para los estudiantes, en la que primen los parámetros incuestionables sobre las intenciones comunicativas de éstos.
En muchas ocasiones el docente considera erróneamente que saber escribir consiste en tener un dominio absoluto de las normas ortográficas, por lo cual, en el momento de evaluar una composición escrita por alguno de sus alumnos, éste da primacía a la forma del texto antes que al contenido sin tener en cuenta que “el dominio excelente del sistema ortográfico no garantiza una expresión clara y eficaz” (Cassany, 1999, p. 102). De este modo, cabe señalar que la composición escrita no puede convertirse simplemente en un producto a través del cual el profesor evalúe los aspectos netamente estructurales del texto, sino que, por el contrario, debe concebirse como un instrumento por medio del cual el estudiante tiene la posibilidad de desarrollar y afianzar su habilidad para expresarse por escrito.
Asimismo, en el ámbito académico aún predomina la idea absurda de que la enseñanza de la escritura es un problema que le compete solamente al maestro encargado de la asignatura de lengua; pensamiento muy nocivo si se tiene en cuenta que “el lenguaje es el portador del conocimiento que me llega de los demás y el canal idóneo a través del cual pongo afuera mi pensamiento” (Gómez Moreno, 2005, p. 51).
De esta manera, el desarrollo de las habilidades básicas del lenguaje (escuchar, hablar, leer y escribir) se debe convertir en una preocupación fundamental no sólo para el docente de lengua, sino que también debe serlo para el maestro de ciencias, para el de matemáticas, y en general, para los de todas las áreas; puesto que, como ya se ha dicho, es a través del lenguaje que el estudiante puede acceder a los conocimientos y, a su vez, dar cuenta del dominio que posee sobre éstos.
Por otra parte, es pertinente señalar otro grave error que se comete en las instituciones educativas: limitar tanto la calidad como la cantidad de las actividades destinadas a reforzar el desarrollo de la escritura; tal caso se presenta con mucha frecuencia en las aulas de clase, ya que la enseñanza sigue siendo muy teórica y los ejercicios prácticos de composición escrita están todavía muy condicionados por el factor tiempo.
Lo anterior se evidencia en las pocas sesiones que se dedican a la escritura dentro del aula, en la corta extensión de los textos requerida por los maestros, para mayor facilidad a la hora de calificar, y en la simpleza de los temas propuestos para tales ejercicios; todas estas circunstancias impiden de manera significativa que los alumnos desarrollen eficazmente procesos mentales ligados a la escritura, dado que en tales condiciones la creación de un texto realmente no requiere ningún esfuerzo mental.
De igual manera, hay que mencionar que existen diversos factores que llevan al estudiante a asumir una posición totalmente pasiva y desinteresada ante la escritura; uno de los más importantes es mencionado por Daniel Cassany, quien considera que:
la ausencia de lectores reales extraescolares o de lectores intermedios limita el interés por la composición. Escribir deja de ser una actividad comunicativa para convertirse en un ejercicio de laboratorio, con unos mismos protagonistas. Crece la desmotivación de los aprendices (1999, p. 135).
Teniendo en cuenta esta excelente apreciación del estudioso de la pedagogía Daniel Cassany, puede decirse que llega un punto en el que el alumno sólo ve en su producción escrita el medio para alcanzar una calificación, dado que ésta, en muchos de los casos, es totalmente desconocida por sus compañeros y parientes y está totalmente desprovista de una intención comunicativa; situación verdaderamente negativa si se tiene en cuenta que la función principal del lenguaje es la comunicación.
Además, cabe señalar que, aunque en las últimas décadas la aparición de nuevas tecnologías y recursos audiovisuales ha aumentado de manera progresiva, en el ámbito escolar aún predomina el desconocimiento de tales recursos o, simplemente, se prefiere ignorarlos y continuar con la enseñanza de la escritura de manera tradicional. Este desinterés por parte de la institución educativa, y en especial del docente encargado de incentivar el aprendizaje de la escritura, repercute de manera notoria en los estudiantes:
“los adolescentes y los jóvenes se muestran especialmente sensibles antes estos hechos, hasta el punto de interesarse mucho más por estos nuevos formatos audiovisuales que por la escritura: aprender a escribir se convierte en algo pesado, aburrido e inútil” (Cassany, 1999, p. 94).
Tal vez si dichos recursos se emplearan, si tan sólo el maestro de lengua reconociera en las redes sociales, en los mensajes de texto o en los emoticones, herramientas que puede emplear a su favor, lograría captar con mayor facilidad la atención de sus estudiantes y, por ende, les mostraría la escritura desde una perspectiva más real y los llevaría a concebirla como un valioso instrumento de expresión y comunicación.
Como sostiene Cassany: “La didáctica de la lengua no puede prescindir de los contextos reales o verosímiles en que se utiliza la lengua, (…) debe incluirlos en la actividades prácticas como elemento esencial del proceso comunicativo” (1999, p. 26). De allí la necesidad de enseñar a escribir empleando textos que le permitan al estudiante dar cuenta de esa realidad en la que se encuentra inmerso y, a su vez, expresar sus ideas e intereses; en este sentido consideramos que la crónica como un tipo de texto que facilita en gran medida la enseñanza de la escritura.
La crónica es entendida como el texto literario en el que la narración temporal de una serie de acontecimientos y la descripción de los mismos, le permiten a un narrador dar cuenta de un hecho o situación real que acaece en su entorno, “su estilo está determinado por quien la escribe, razón por la cual, en ella, se permiten los juicios de éste, así como el manejo libre del lenguaje”; asimismo, en ella la aparición implícita o explícita de quien narra la historia, la cantidad de hechos a los que se recurre para su construcción y la extensión del escrito son aspectos formales que dependen única y exclusivamente de quien la escribe.
De este modo, la crónica puede ser concebida como un ejercicio de escritura a través del cual el sujeto que narra aborda un suceso que presencia o al cual tiene acceso gracias a la información que logra obtener por medio de otros; acercamiento a las fuentes directas del suceso en el que “la escritura da corporeidad a la oralidad evanescente, la convierte en un objeto visible a los ojos humanos y tangible a las manos” (Cassany, 1999, p. 50).
Así pues, el diálogo con los directamente implicados en el hecho, incluso con el protagonista del mismo, y el acercamiento de quien narra la historia a una situación real de su medio, le dan la posibilidad a quien escribe una crónica de desarrollar, según lo planteado por Silvia Ruiz Otero, una “capacidad de observación y sensibilidad para la percepción de diversos ambientes” (1997, p. 120) en la que el manejo adecuado de una secuencialidad temporal y la capacidad de análisis y síntesis del autor determinan que la crónica sea llevada a feliz término.
De acuerdo con lo anterior, la utilización de la crónica como un ejercicio de escritura para los alumnos en las aulas de clase reviste gran importancia en la didáctica de la escritura, toda vez que este tipo de texto contribuye al desarrollo por parte de los estudiantes de una “imaginación evocativa y creadora” (Ruiz Otero, 1997, p. 120) a través de la cual un hecho cotidiano de su entorno se convierte en el mejor de los motivos para escribir.
Basado en el modelo metodológico planteado por Björk y Blomstrad en su libro Escritura en la enseñanza secundaria, planteamos el siguiente esquema que guía el proceso de enseñanza que aplicamos a cada adepto.
Metodología
En este taller de escritura, que como se advirtió anteriormente está orientado específicamente a la creación de crónica, como primera medida, se le presentará a los participantes del mismo una crónica creada por el sociólogo Colombiano Alfredo Molano, hay que señalar que la presencia de este buen escritor en este trabajo no es por cuestiones del azar pues el autor de Ahí les dejo esos fierros es uno de los mejores cronistas de la actualidad.
Además el escrito escogido para hacer el primer acercamiento, “Alfredo Molano haciendo rapel”, es muy pertinente puesto que va acorde con las actividades, en este caso deportes, por los que se inclinan los jóvenes de hoy en día; es un intento por cautivar a los participantes desde un principio, que de seguro se extrañarán que este hombre de más de 60 años haga lo que pocos se atreven, hacer lo que sea para tener un buen escrito. Así pues, adentrándose en estas entretenidas líneas los jóvenes lectores podrán tener una noción más clara de lo que es en realidad una crónica.
Posteriormente, trataremos de aplicar teoría sobre la crónica en el texto leído, esto con el fin de que los “nuevos escritores” identifiquen algunas características propias de esta particular forma de narrar, que sobresale por el manejo del tiempo, la voz propia y el dato preciso, como lo es el caso de especificar el espacio y algunos personajes por medio de la descripción.
Acto seguido, se le solicitará a los partícipes del taller que creen su propia crónica teniendo en cuenta los pasos anteriormente mencionados, para el caso se les propondrá un tema concreto que lo hemos denominado un día inolvidable, título que dará total libertad al joven que se verá en la necesidad de recordar aquellos momentos que a pesar del paso incesante del tiempo aún siguen latentes. De esta manera les recordamos que las herramientas a disposición son algún artefacto para escribir, no importa cuál que sea pues estaremos dispuestos a hacer lo posible para que los escritos se publiquen en este medio digital, y sobre todas las cosas su creatividad para manejar los elementos que pudimos identificar en la crónica y de esta forma cada quien pueda dar a conocer aquel momento memorable en sus vidas.
Luego, revisamos el primer resultado de este primer proceso creador, hacemos algunas correcciones o sugerencias si se necesitan para la total fluidez de los escritos. Finalmente, fruto del trabajo realizado y la disposición del “cronista en formación”, esperamos tener óptimos resultados con los escritos para posteriormente publicarlos satisfactoriamente en el sitio web http://zonalectura17.blogspot.com/ y dejar que los mismos participantes recíprocamente juzguen su propio labor como escritores novatos.
Referencias Bibliográficas:
CASSANY, Daniel. (1999). Construir la escritura. Barcelona: Editorial Paidós.
GÓMEZ MORENO, Wilson. (2005). “La argumentación en el discurso del aula”. En: Apuntes al margen. Didáctica de la escritura. Bucaramanga: SIC Editorial Ltda.
RUIZ OTERO, Silvia. (1997).Manual para un taller de expresión escrita. México: Universidad Iberoamericana. Disponible electrónicamente en http://books.google.com.co/.
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